El tarot y su reflejo para el tradicional recuento. El 2020 y su crisis sin nombre.

 

                                                Imagen de kevberon en Pixabay 

Es hora de un recuento. Recurro a las cartas porque me ayudan. Veo ideas que evocan sentimientos y sentimientos que invitan reflexión. Siento como suaves sonidos recorren mi cuerpo siguiendo el viaje del aire por los pulmones, es el viaje de los sonidos desde la dimensión física hasta la cognitiva y espiritual. Reviso las cartas y sus mensajes. Las interpreto en miras a cultivar mi saber nacido en crisis, que develó una necesidad que siempre estuvo, una intuición primordial ¿será que la condición humana y sus complejidades pueden ser leídas? podría ser en la medida que las imágenes nos evoquen símbolos y con ello ciertos  mensajes. La tierra de los símbolos es abundante, una colorida naturaleza organizada. Una oculta orientación hacia la armonía. Un mandato que sin duda es un deber humano y tarea siempre pendiente.

Yo juego, me ejercito y aprendo ¿ cual es mi método? reconocer la proximidad de las cartas en el diario vivir. Me lanzo a la piscina sin demarcaciones de profundidad; voy al fondo, aunque jamás sabré si he llegado. Cuando creo hacerlo, mi peso y el de aquellas estructuras  ancladas en mi mente, me regresan a la superficie.

Utilizo esta vitrina en la web para compartir, imagino que les interesa leer y aprovecho su paciencia de lectores. Me encuentro mientras expreso, palabras que hacen ideas que a su vez,  quieren ser pensamientos. Hago la introspección de este año 2020, esta vez, a través de la dueña y señora "carta sin nombre " para el Tarot de Marsella. Carta emblema, quizás porque nos impresiona como uno de los imaginarios de la muerte. Es una figura humanoide cortando con guadaña una oscura vegetación en la que se observan; manos y pies desmembrados; significativas son las dos cabezas, al parecer una mujer y un hombre. 

Siento que estamos en una época de transformaciones relevantes. La condición humana se presenta como en la carta. Una figura, maltrecha por un ciclo de la vida, que al parecer se libró como una gran batalla. Es su momento, el ciclo debe cerrar, la tierra está agotada por el tiempo y los esfuerzos realizados para aprovechar al máximo su frutos. Una guerra que posiblemente ganamos, no obstante estuvo llena de costos, la victoria "pírrica" es la que deja perdidas. Hombres cansados, mujeres sobre exigidas, cabezas separadas ¿sin interacción? manos agrietadas, fragmentadas que fueron desmembradas  por un sistema ¿perpetuador de lo injusto?. Carta de agresión, de sufrimiento y de agobio; de cansancio por un proceso de esfuerzos descomunales ¿con sentido? logramos nuestros propósitos o seguimos perpetuando aquella estructura que criticamos. Donde se encuentran la injusticia y el temor ¿dentro o fuera de nosotros?

Aun así, a pesar de toda esa pesadumbre, la figura nos habla de fuerza, necesitamos energía para renovar. Limpieza de aquellos escombros producidos por una etapa de logros que no nos llenaron. No cumplieron las expectativas. Consumimos promesas, creímos sin reflexión, creímos porque ese era el mandato y porque todos los demás lo hacían. No cesamos de construir hasta el momento en que la realidad nos muestra el desgaste de nosotros y nuestro entorno. Apreciamos espejos que siempre hablaron ¡ALTO! mucho demoramos en reconocer aquel mensaje  ¿Cómo se puede creer en lo que no se comprueba?  Resulta que la ciencia no logra medir el sentimiento de pesadumbre o lo miserable que a veces nos sentimos. Estamos inquietos e inquietas ¿ que me quieres decir inquietud? 

Aun así buscamos seguir, el ciclo se tiene que acabar, nos obliga observarnos y darnos cuenta de nuestra condición vulnerable. Nuestra naturaleza humana nos configura mirándonos el ombligo.

Aun así quedan energías, el mundo necesita cambiar, una nueva etapa nacerá siempre y cuando reflexionemos, dejemos las cosas en su lugar y apreciemos lo que nos rodea. Descansaré cuando este todo preparado para plantar. El cauce busca su camino al mar, la tierra se recompone, la vida nos obliga a una rutina de empatía y diálogo con "todos/as/es". El momento requiere mirar un horizonte que nos busca, un espacio de salida, cambio y transformación.  A veces "la salida es hacia adentro" es una de aquellas frases que se quedan en la memoria. 

Mi año estuvo marcado por esta carta de cambio y fuerza. Fue reflejo de una sensación; encierros sin salida, construcción solitaria y mucha discordia. Fue un gran ciclo y se dio todo lo necesario, lo relevante; sin embargo, el destino pareció inevitable y se concretó un quiebre. El campo en que emergió aquella gran y bella hierba mostró urgencias que jamás fueron atendidas. Muchos restos, demasiadas marcas hacen que la guerra sea permanente. Ideas y esfuerzos basados en unirealidades que no encuentran sintonía. Las interacciones interferidas están condenadas a la desunión. Ello dio paso al momento de las revisiones, de reconocimientos con un yo interior que necesita, antes que cualquier cosa, agradecer lo aprendido. El entorno se transforma en sostén y renacimiento. Origen de tierra y silencio, escondite de humildes luchadores que fertilizará la voz y sus ganas de expresar todo en cuanto hay de posibilidades.

Año de cambios radicales, mis sentimientos creen, se orientan hacia la salida de un sol que cuida y la luna que acompaña. Mi necesidad de salir de este año 2020 me aceleró y a través de la imagen de esta entrada me obligo a pensar en el futuro a través del uno en cuanto símbolo; uno es energía para el trabajo y la salud, uno de pensamientos constructivos, uno de materialidad favorable y uno de afecto, amor protector y creador. Mi base para un hogar es de arquetipos; sagrados mago y poeta, viejo sabio y ermitaño, maestro y aprendiz. El papa mediador, el sol y su camino, la emperatriz y su capacidad de crear, el emperador y su forjado poder, la templanza y su equilibro. El mundo es de quien danza, el mundo es un circulo de realización. 

 

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