Malestar en la urbe

 


Ejercicio descriptivo del malestar en un escenario. 

recrea un mundo de sensaciones de desagrado, 

la práctica cotidiana del escribir constituye desafío, 

la sensorialidad es proceso para una meta en la que confío.


El barullo urbano es un bombardeo implacable a la tranquilidad. Ojos errantes de insatisfacción repletan una popular cafetería. El cerebro se alerta al percibir desajustados comportamientos de seres alienados que circulan buscando atención. Una alarma es encendida por un supuesto error, la sirena irrita mis oídos en el universo donde el presente es el único tiempo. Cuando logran apagarla pienso en lo inmenso de la palabra suplicio, nos quedamos con su impacto más que con su duración. Me dirijo al maloliente baño y una casualidad me conecta con una voz despistada detrás de la puerta que solicita que le comunique a quien corresponda la falta del papel. Reflexiono sobre la vulnerabilidad humana a la que nos conducen los sencillos descuidos. Le entrego con burla el imprescindible elemento. Acostumbro llevar uno en mi bolso de trotamundos precavido. Vuelvo al local y una antigua tez conocida no muestra interés por el intercambio de un saludo. Ello la hace merecedora de un lugar en este ejercicio de malestar en la urbe. Mi estomago anudado niega la entrada de algún dulce del aparador. El café advierte el desvelo en un crepúsculo lleno de ansias por el regreso al hogar. Se cierran los poros al roce con el entorno, la memoria dispara sensaciones de proximidad como sinónimo de riesgo. Siento cansancio, las plantas de los pies recuerdan piedras, arena soleada y pantanos, además del implacable y cada vez más extenso pavimento. Maniaca ansia por apreciar todo en cuanto hay, seguí este mandato como si fuera divino al mantenerlo incuestionable a pesar de la agotadora espera. 



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