Décimo cuarto escrito fraterno "Caparazón"


Imagen de OnofreiD en Pixabay

Mensualmente realizo escritos fraternos, una forma de saludo a los países que han tenido un alto número de visitas observadas en las estadísticas de la plataforma Blogger. En esta ocasión será Rumania y su poesía, por lo que compartiré mi visión especial del poema "Caparazón" del poeta Gellu Naum.  En su lectura me conecto con este momento de pandemia y mi palabra se transforma en eco de todos/as en el planeta; ha sido duro convivir con este virus. Afecta la vida social como la conocemos ofreciendo una extraña revisión de lo que hemos construido. Ha impactado especialmente las edificaciones económicas de las que se vanaglorian los poderosos, para que una humanidad extraviada las pueda re- valorar. Solo la vida comunitaria nos distingue como seres humanos ¿cuan frágiles podemos ser si nos pensamos solos? Una crisis de salud que es social, político-económica y cultural, una invitación a cuestionarlo todo, especialmente las rutinas de poder que operan afuera como también en nosotros mismo. Re leeré sus versos y escribiré prosa junto a ellos.

La ciudad tenía solamente una casa,
la casa tenía solamente un cuarto,
el cuarto tenía solamente una pared,
la pared tenía solamente un reloj,
el reloj tenia solamente una aguja.

De la vida en pandemia es la primera vez que reflexiono. Lo hago desde la vivencia que otro ha realizado a propósito de su apreciación poética que será útil para el desarrollo de ideas respecto a mi confinamiento. Los versos ubicados a comienzos del siglo XX nos sitúan de inmediato en el presente; el mundo se cierra y nuestros espacios se reducen. De pronto, habitamos un limitado entorno y solo usamos una sola vestimenta; una primera capa u otra básica y quizás maltrecha por los innumerables remiendos. De aquel presumido despliegue relacional tan involucrado con el medio, encontramos ruinas que resultan ser una mínima expresión de lo que hubo algún día. Emociones básicas, colores primarios, tonos planos que nos vuelven seres inseguros centrados en la mono interacción. Es en este momento de  mínimos intercambios, cuando las emociones salen con sus propias reglas anunciando un caos de tristezas y agobios que perseveraran en la medida que la situación nos provoque inmovilidad.  

Una hibernación con puertas y ventanas abiertas le llamé en algún poema. Debo confesarles que mi confinamiento se pareció extrañamente a una sensación de fracaso, una experiencia de vida en que encontrado con mis frustraciones, debí re - conocerme capaz, previo cambio de medida respecto a lo que consideraba importante. En otras palabras, un ejercicio de des- aprender lo que en mi caso, chileno forjado entre la Dictadura y el neoliberalismo radical, fue la re- apropiación de una identidad suficientemente flexible. Enfrentar aquella situación era mi tarea exclusiva, los demás solo observaron. 

El autoestima y la percepción corporal, apropiación paulatina del sentimiento; puesto que la primera conquista a la que nos vemos enfrentados es a nuestro cuerpo. Se reduce el ruido y las distracciones, nuestro yo profundo emerge ocupando el espacio cedido a la abrumante realidad. Desde esta premisa podríamos entender los contextos desfavorables como oportunidades de control de nosotros mismos. De lamentación al autocuidado; trotar por la montaña, alimentación saludable, expresión escrita o respiración profunda. Un contexto cuya complejidad obliga a revisarnos y re- encarnar sueños y anhelos dejados de lado por una loca carrera y demasiadas expectativas apuntadas a seguridades con sabor a insatisfacción. 

Respecto a las palabras del poeta, intuyo que siempre lo supimos; respecto a lo crucial, siempre hemos tenido una ciudad, casa y cuarto; pared y reloj. La aguja del reloj es la de segundos interminables que matemáticamente son universos temporales. Nosotros le damos poder para ser grotescos torturadores o maestros de lo impensado. Es que somos nosotros, una esencia orientada a un fin, un universo que se extiende con potencial infinito. Somos una suma de actos de diálogo y construcción de nuestros propios imperios. Tejer, pegar o cocer trazos de tela para una cobija, uno a uno. Una casa de muchos cuartos que esperan ser recorridos. Vamos agregando capas a una gran cebolla, metáfora de nosotros mismos, como escribió alguna vez H. Hesse. 

Y durante todo ese tiempo los niños
crecían y hacían solamente una pregunta,
mientras que los adultos
inciertos y arrogantes, 
se disminuían se disminuían sonriendo.

Un verso que funciona como una pista para salir del auto encierro o "caparazón"  de entrada o más bien, la posible salida del confinamiento. Los poetas nos entregan visiones de mundo. Sin duda que abren posibilidades y formas con la exploración de dudas y preguntas sonoras, que buscan proyección temporal, como ha quedado plasmado en el acto de re- escribir que ahora comparto. Hablar de niños en la época del poeta es confiar en un camino que no era reconocido como tal. Un mundo de grandes y para grandes. Niños que han tenido como única misión el incorporarse o condenarse a la exclusión. Atender al mensaje de los niños es abrir la puerta a lo desconocido, a lo no racional que habitualmente es sancionado, porque a la sociedad le ha parecido que ser adulto significa reprimir la espontaneidad. La emoción recurrente en aquella época, como en otras; es la rabia canalizadora de agresividad y violencia, una cuestión que sigue siendo  receta para enfrentar todo tipo de problemas que aparentan no tener solución (lamentablemente). 

Nos queda imaginarnos la pregunta. ¿Qué nos dirían nuestros niños y niñas internos hoy? ¿Qué nos revelarían sus preguntas sobre nosotros mismos? ¿por qué nos puede resultar tan difícil encontrar un nuevo sentido a las cosas? La época de pandemia es tiempo de crisis y replanteamientos de nuestros estilos y costumbres. Un fuerte cuestionamiento al poder y su forma de operar en nosotros; nada tendría que ser igual después de este momento, o se reafirman las certezas o se caen, o "se rompe o se raja" diría un viejo dicho. Creo que el tiempo que viene será una gigante prueba, reconocer lo que nos une e integra, para imaginar. Es momento de consensos, de diálogos y también refundaciones. Revisar lo que nos acomoda o incomoda y darnos permiso para mejorar o destruir. Sin finales, no existirían los significativos ciclos, que definitivamente, han conformado la historia humana. Mirar como niños se transforma en requisito para recurrir a lo esencial, lo que nos hace sentir bien. Este último criterio debiera ser el punto de partida de cualquier análisis personal. Lo repaso con estas palabras y lo incorporo en mi baúl de cuestiones para heredar. Solo como niños permearíamos esta rígida estructura en que nos hemos encerrado dando paso a un mejor futuro; ser niño /a es una fuerza que nos jala hacia lugares no conocidos. Sin sistemas de poder y control operaría la más pura imaginación, de unos y de muchos,  a través de la siempre necesaria y flexible creatividad. Salir del confinamiento como niños significaría la puesta en práctica de una imaginación política que nos oriente hacia mundos nuevos, alternativas no pensadas y que realmente nos vienen a bien, sobre todo si analizamos el desastre que tenemos en nuestro mundo. 

La poesía nos da pistas, abre posibilidades y muestra. Jugar es poetizar, dice un verso escrito en esta plataforma  que con afán transmite ideas y sentimientos. En palabras del poema que nos convoca, una pregunta para la reflexión desde tu espacio de pandemia ¿Qué te permitirías hacer de nuevo para olvidar esas adultas arrogancias depositadas por la época que está llegando a su fin?  

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